“…Nadie despierta, un Presidente no creo que se levante, ni creo que se haya levantado pensando, y perdón que lo diga, cómo joder a México. …” dijo Enrique Peña Nieto este martes a manera de justificación no pedida de una verdad asentada con firmeza en la opinión de la mayoría de las personas en este país. Quizá no despierta pensando eso, pero cuando entra a trabajar lo lleva a cabo, pensé.
La fracasada estrategia del régimen, de suplir a la realidad con fantasías a manera de huida a la ficción, inició con el “Transformando México” años después y en plena crisis que lo evidenciaba como alumno plagiario, intentó una vez más la utopía con el “Las cosas buenas casi no se cuentan, pero cuentan mucho”. Con esos antecedentes, el foro del martes organizado por Carlos Hank Rhon recibió el pomposo “Impulsando México”.
No sé si Peña Nieto se sincere en presencia de sus paisanos de Atlacomulco, pero habla de manera directa y esta vez nos ofreció una idea que demuestra la ausencia del análisis de los efectos que sus políticas emblemáticas tenido a lo largo y ancho del país. Tal vez el grupo en el poder carece de sentido común y principios éticos que piensa que la moral es un árbol que da HIGAS.
Desde el primer año la estrategia de no hablar sobre la violencia generalizada, se topó con la pared de la realidad de las miles de asesinatos, desapariciones de personas, tortura y otras violaciones graves a los derechos humanos. Eventos que contaron con la omisión del Estado y en muchos casos con su participación directa. Si bien la crisis humana fue herencia de los gobiernos panistas, su gestión lejos de detenerla, la acrecentó.
Las contrarreformas impuestas de la mano del pacto corrupto, se dirigieron a socavar principios del Estado Constitucional y Social de Derecho, como los derechos laborales, la transparencia y la rendición de cuentas, la posibilidad de contar un sistema de medios independiente, democrático y competitivo, mermó como nunca a los órganos electorales, impuso un sistema policial de vigilancia masiva sin control judicial, dañó los avances de independencia que el sistema judicial había logrado, en medio de escándalos personales, construyó un sistema anticorrupción más propio para comedia literaria y abrió a la venta los recursos naturales de las mexicanas y mexicanos. Para las personas de pie, más violencia, menos trabajo, mayores precios en la canasta básica y una mayor pobreza para millones.
Uno de los efectos más graves que los años de Peña Nieto han impuesto al país, es la consolidación del modelo de gobernante corrupto que él encarna. Tal y como escribí hace una semana en “Crónica de rateros o ser gobernador en México”, para quienes son servidores públicos, Peña Nieto es el paradigma del éxito en política. Así, desde el más alto cargo público hasta el menor contratista temporal, asumen que el erario es patrimonio de quien más uñas muestre.
La herida aún abierta de Ayotzinapa es uno de los mayores estigmas con los que pasará a la posteridad. Desde su falta de entendimiento de lo que significa la Jefatura de Estado, la omisión en el ejercicio de las facultades de investigación, la obstaculización del trabajo del GIEI, los nombramientos de ya tres procuradores generales sin perfil, hasta su protección de los militares implicados, son las cuentas que la historia le cobrará.
Si quererlo el discurso del martes marca ya el ocaso de su sexenio a pesar de los 2 años que le restan aún. Cabe recordar la tradición del presidencialismo mexicano que ante las crisis, los fracasos y la descomposición del último tramo de gobierno, se intensifiquen los discursos justificatorios.
La frase de Peña Nieto se sumará así a la de sus antecesores. “Estoy orgulloso del año de 1968, porque me permitió salvar al país” de Gustavo Díaz Ordaz. “Defenderé el peso como un perro” de José López Portillo y “Ni los veo ni los oigo”, de Carlos Salinas de Gortari por solo citar algunas. “Joder a México” en vez de “Mover a México” hubiese sido un lema de campaña más acordé a los resultados entregados.
Recuerdo otra de las tristemente célebres frases presidenciales a cargo de Adolfo López Mateos: “La Revolución Mexicana fue la Revolución perfecta, pues al rico lo hizo pobre, al pobre lo hizo pendejo, al pendejo lo hizo político, y al político lo hizo rico”. Si leemos esta frase teniendo en cuenta que las carreras políticas de Peña Nieto y López Mateos no coincidieron, este último merece el título de profeta.
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